Entrevista a Mailer Daemon Doménico Chiappe
La Fábrica Editorial, 2007


"La brevedad de la novela corta condensa las mejores virtudes del cuento (esfericidad, concentración, economía de medios) junto con la profundidad y la capacidad de penetración psicológica propias de toda buena novela. En esta mezcla de virtudes reside lo mejor del libro de Chiappe, una obra de ciencia-ficción pura en el sentido en el que lo son todas las novelas de la antiutopía."
David Torres, El cultural.

"Artefacto narrativo sometido a sus propias reglas, muestra un mundo postapocalíptico a partir del relato de un 'rebelde subvencionado', que denuncia un estado de las cosas en el que 'el poder no está hecho con lo que uno sabe que tiene sino con lo que los demás creen que tienes'. Más que una promesa, una invitación a seguirle."
Alfonso Armada, ABCD.

"La trama de Entrevista a Mailer Daemon encuentra su núcleo en las maniobras que realizan Marc Ji y sus colaboradores más cercanos para extender el radio de su influencia. Para ello fraguan un extraño plan que contempla una alianza con otros gobiernos, una guerra contra los países enemigos y la búsqueda del propio diablo para convencerlo de que Dios desea perdonarlo (...) Otro elemento interesante, y que viene a poner la guinda a esta utopía negativa, es la existencia de Fetish Service, la oenegé que provee al gobierno de Marc Ji de unos fondos incalculables con la producción de snuff movies para beneplácito de unos cuantos pervertidos alrededor del mundo entero."
Roberto Echeto, Roberto Echeto presenta...





(extracto)
Mailer Daemon me mira a los ojos como si se extraviara en mis pupilas y tratara de salir del laberinto recorriendo con detalle las líneas del iris, como si quisiera atraparlas y resguardarlas del olvido, mientras mueve sus mandíbulas de un lado para otro, interminablemente en el aire, porque carece de dientes y sin embargo es capaz de sonreír mientras deja que las palabras broten enredadas, atropelladas, emborrachadas por el placer de tener a alguien que las oiga, aunque a veces se refugia tras un yo-qué-sé o un qué-sé-yo que interrumpe sus ideas.
¿Daemon ha ensayado o más bien lee un discurso escrito en alguna parte? Dice que redactó un libro que grabó en la memoria, palabra por palabra, a falta de algo con qué escribir durante un período incierto de reclusión en la Casa de Aislamiento. “De pronto, mi mundo se hizo como el de los ciegos. Repleto de abstracciones que podían desvanecerse y que atajaba convirtiéndolas en números: tantos pasos para allá, tantos escalones por aquí, yo qué sé”, asegura Daemon. “Me refugié en las cavernas de mi pasado para huir del lugar donde transcurrió mi confinamiento. Ni relojes, ni sombras. La iluminación de las habitaciones es absolutamente perpendicular. Un sol de mediodía que alumbra sin variaciones. El sistema impide toda rutina. Ni siquiera asearte. Temperaturas calculadas para evitar sudoraciones. Alimentación a base de papillas y pastillas a deshoras. Caos, qué sé yo. El tedio se impuso a la incertidumbre. Dormitaba siempre porque sabía que nadie vendría a buscarme para continuar el juicio. Entendí que jamás saldría. Pero decidí conservar y ordenar todo lo que yo había descubierto sobre Marc Ji”. Mailer Daemon no muestra nunca el habitual respeto que se le debe a nuestro fallecido e insustituible presidente Marc Ji el Pensador el que trajo la paz al mundo el que extendió la nueva democracia para imponer la libertad, a pesar de encontrarnos en un lugar público durante la primera de las sesiones que se necesitaron para completar esta entrevista.
–¿Se arrepiente de su crimen?
–¿De cuál de todos?
–¿Cuántos tiene?
–Depende.
–Comencemos por el que le valió el aislamiento.
–Ya. Pero en ese caso, no cometí ninguno. El crimen existe cuando dañas a otra persona, quieras o no. Crimen es matar, no matarse. Crimen es conducir drogado, no drogarse. Debí pagar con la cárcel muchas de las cosas que hice y... bueno, no sé... A mí me aislaron por conocer todo lo humano que fue Marc Ji.
Una y otra vez Daemon utiliza este argumento para justificar el haber sido procesado por atentar contra la moral social y por haber sido detenido sin sentencia firme en una Casa de Aislamiento, donde, según cuenta, pronto se acostumbró a su desnudez y al continuo cambio de celdas. “Para comer debía traspasar una puerta que se abría sin aviso. Se cerraba una vez que la atravesaba. El compartimiento al que me desplazaba era idéntico al anterior. Impoluto. Blanco y radiante. Octagonal. Había una puerta en cada pared que podía abrirse en todo momento. Al principio, rehusaba cruzar el umbral cuando no tenía hambre. Se me castigaba. No volvía a probar bocado hasta que estaba a punto de desfallecer”. Además de ser liberado del yugo del tiempo, como refiere él mismo con ironía, estuvo privado de todo tipo de contacto humano, incluso indirecto. Nunca leyó una letra más, ni escuchó una voz, una tonalidad instrumental, ni siquiera el ruido de un golpe ni de un automóvil, nada. Las cabinas habían sido completamente insonorizadas por recubrimientos de esponjoso material que impedían que el preso se agrediera contra la pared y que escuchara algo parecido a su propio eco como consuelo. Todo muy romo y blando, según asegura Daemon, cuyo testimonio es el único que existe sobre estos centros de reclusión. Me observa, como mira a toda mujer que cruza su vista: de arriba abajo, con deseo y tristeza, con aire desvalido a la vez que peligroso, pero también melindroso y asustado. Aparta sus ojos apenas se sabe sorprendido y finge miopía con una mueca que no deja de aparentar una felicidad causada quizás por imaginar que contratará a alguna mujer de la cuarta avenida con el dinero que se le pagará por mantener la exclusiva de esta entrevista. –¿Cuándo supo que era libre?
–Qué sé yo.
–¿Nadie le dio explicaciones?
–Nadie.
–¿Y cómo salió, entonces?

Una puerta se abrió tras otra y otra y Mailer Daemon atravesó un quicio y luego otro, cada vez más rápido, sin mirar las límpidas cámaras octogonales que quedaban atrás, sin papillas ni pastillas, y describió una línea recta en el largo recorrido señalizado por puertas abiertas, enfrentadas. Daemon cruzó las cámaras como la punta de un taladro un panal de abejas sin mieles ni huéspedes, abandonado, improbablemente nunca ocupado, hasta llegar a un espacio donde la luz hacía sombras, porque el sol se ocultaba y coloreaba un cielo que a este preso liberado sin intermediaciones, abogados, pretextos, juzgados o noticias le resultaba tan inédito como cualquier desconocimiento.

Se reconoció en la calle, sin que nadie le hubiera dicho estás libre ni vete de aquí perro ni no quiero volver a verte jamás ni siquiera un ya no te quiero, y él no esperó escuchar frase alguna, tal vez porque sabía que nadie las diría o porque temía que alguien rectificara la orden de excarcelación y el miedo era tanto que no se quedó a contemplar inmóvil el espectáculo del atardecer o arrodillarse y besar la tierra como gesto teatral por si alguien le filmaba. Prosiguió el trote desesperado en medio de una multitud que lloraba que estaba demasiado afligida, porque tanto dolor sólo es posible cuando se anuncia que ha muerto el ser más querido. Nadie reparó en su desnudez. Todos iban y nadie venía de Parque Central, donde se velaba el cuerpo del presidente Marc Ji el Pensador el que trajo la paz al mundo el que extendió la nueva democracia para imponer la libertad, y adonde se dirigían los peregrinos que abarrotaban las vías y las llenaban de llanto silencioso y esperma de velas, cirios encendidos que la gente portaba en sus manos, muchos sin candelabros y sin que importe el ardor de la cera derretida que construía pequeños palacios sobre la piel. Nadie hablaba pues era mucho el respeto que se tenía al difunto y el luto imponía la rigurosidad, negro absoluto incluso en el pensamiento abstraído y dócil por tantos años de bienestar y buen gobierno. Mailer Daemon se unió a la corriente e intentó tapar su cuerpo desarropado con la muchedumbre amortajada en largas telas oscuras, que envolvían siluetas que lucían provocativas a pesar de su apariencia de viudez recién adquirida, pues era tanto el tiempo que tenía Daemon sin mirar las protuberancias de un seno o una nalga, que la erección le resultó incontrolable y optó, cuando los roces comenzaron a concluir en miradas de reproche, por encuclillarse en una esquina, donde lo encontró la redactora del periódico: ¿Desde dónde ha venido para honrar la memoria del presidente Marc Ji el Pensador el que trajo la paz al mundo el que extendió la nueva democracia para imponer la libertad?, preguntó Ophra Lereau al hombre que aparentemente sufría una crisis nerviosa, extendiendo el grabador portátil y mirando de soslayo a su alrededor para identificar a la siguiente persona que interrogar, la que pareciera más apenada, la que luciera más lánguida, pero volteó hacia el entrevistado de aspecto hosco cuando éste susurró con voz aniñada ¿qué día es hoy? El más triste de nuestro tiempo, respondió la redactora, tal como todos debían contestar según edicto, y entrecerró los ojos para recalcar su aflicción. El hombre acurrucado insistió en preguntar por qué. Ophra Lereau se levantó con sobresalto y se alejó del hombre que estaba desnudo, como recién observó incrédula la periodista, que se mantuvo a cierta distancia por si acaso tuviera que huir. Nunca antes había visto a un indigente. Al fin se atrevió a interrogarle otra vez.

Ambos están ahora en una cafetería que Ophra Lereau, nombre de soltera con que firma sus notas en el diario, eligió por su oscuridad y lejanía con la redacción, también porque no la conocen y sobre todo porque los regentes son extranjeros y no entienden lo que hablan.


© Doménico Chiappe