La crónica, el cuento; el reportaje, la novela
El periodista, al igual que cualquier escritor, es un mudo que señala una minúscula parte del universo que pasaría desapercibida si, al mismo tiempo que convence al lector para que se detenga a mirar, no tejiera una tela de araña donde atraparlo.
El periodismo es un género literario. Es un arte, más que un oficio, si el redactor se plantea escribir literatura de no ficción, aunque tenga la camisa de fuerza de la realidad y la objetividad aparente y aunque persiga la noticia. El periodismo literario une las técnicas narrativas con la redacción noticiosa. Desarrollar la destreza de contar historias y aplicarla en las maneras de narrar la realidad. La crónica, la entrevista y el reportaje pueden aprovechar las herramientas utilizadas en la prosa de ficción para cautivar al lector. El periodismo literario no está divorciado de la noticia. Al contrario, la perpetúa en escritos que trascienden el papel barato. Hoy, que los medios impresos pierden fuerza ante la velocidad de sus competidores, se hace necesario desplegar las estrategias (aunque sin artificios) de los mejores narradores para atrapar al lector. Para que lea hasta la última línea, aunque la crónica, el reportaje o la entrevista de personalidad compita con cientos de titulares.
En esta época en que la inteligencia libra una guerra contra las imágenes vacías que capturan la atención del público con facilidad, el periodismo se debe a la poética. La poética es, según Ezra Pound, la capacidad de decir más con menos palabras, en parte gracias a la utilización de vocablos que potencian la creación de imágenes. Pound afirma que los buenos escritores son los que “mantienen la eficiencia del lenguaje”, por medio de la exactitud y la claridad. No importa los fines que tenga el escritor. Con este lenguaje claro y exacto se escribe la literatura (“el lenguaje cargado de sentido”) y la gran literatura (“el lenguaje cargado de sentido hasta el grado máximo que sea posible”).
La reconstrucción de la realidad por medio de la literatura recrea los detalles, el microcosmos. La mirada del zoom prevalece sobre la panorámica. El periodista literario prefiere el testimonio del testigo impuro al análisis del político avezado. El protagonista marginal encuentra su espacio en la crónica, siempre que este antihéroe tenga esté dispuesto a mostrarse. En el texto periodístico, esta búsqueda tras la gente corriente enriquece la visión de los hechos, escapa de las versiones oficiales o publicitarias y en estos universos encuentra la novedad, lo no dicho, el giro de la historia. Kapuscinski revela su secreto en un prólogo de Ébano: “Siempre he evitado las rutas oficiales, los palacios, las figuras importantes, la gran policía. Todo lo contrario: prefería subirme a camiones encontrados por casualidad, recorrer el desierto con los nómadas y ser huésped de los campesinos de la sabana tropical”. En la literatura de no ficción, el lector que se lo proponga encontrará personajes y lugares allí donde dijo el periodista.
La diferencia obvia entre periodismo y literatura es que el periodista no sólo debe ser fiel a los hechos, sino mantener en el texto toda referencia que permita comprobar esa fidelidad. El periodismo, para serlo, no puede perder su apego por la realidad, ni el contraste de fuentes, ni la investigación previa que, en el caso de la crónica, implica también la vivencia.
El ficcionador, aun cuando se haya inspirado en la realidad, disuelve las referencias. Fusiona y diluye ambientes y personajes. Inventa, imagina. Pero el periodista debe refrendar, con cada escrito, un pacto tácito con el lector que obliga a no especular con pensamientos, sentimientos, situaciones; no fabricar elementos de la historia, como personajes, lugares, climas, objetos ni declaraciones; respetar la cronología de lo sucedido; advertir cuando se ha acordado el anonimato de la fuente y lo que implica mantener esa promesa. Son convenciones que todo periodista conoce y utiliza en su trabajo, pero que no significan que lo maniaten a la hora de estructurar su texto; no le obligan a renunciar a los recursos que la narrativa ofrece para cautivar al lector, siempre con la limitación que impone la imposibilidad de fabricar elementos para la trama o de inventar o alterar los hechos. Se trata de proponer un acercamiento a esa realidad, sin invenciones, sin fantasías. El oficio periodístico tiene dos vertientes básicas. El trabajo de campo y la labor de redacción. Sin una, la otra se resiente. La destreza para componer estructuras narrativas en medio de la investigación ayuda a orientar la búsqueda. La información otorga libertad al texto. A mayor información, más libertad. El periodismo sufre cuando la escritura intenta disfrazar las lagunas de información. Los periodistas mediocres rellenan estas lagunas ya con fantasía (cuando tienen la gracia de saber escribir), ya con grandes dosis de opinión (cuando se sienten iluminados por la sabiduría).
El periodista que emprende el oficio como un viaje, largo o veloz, hacia la verdad se descubrirá como impostor. La verdad no es asible; existe pero es inhumana, incomprensible. El periodismo es una experiencia, como cualquier otra, que te permite inmiscuirte en múltiples vidas y situaciones, pero que no arroja sabiduría por sí misma. Que no esconde detrás de su ejercicio ninguna luz. El periodista registra los hechos, los reconstruye, nada más, nada menos. Su máxima aspiración es contar algo por primera vez. Descubrir aunque sea un detalle de la realidad, desapercibido hasta entonces. Lo hace a partir de la investigación y la presencia para visionar, recabar testimonios, sentir. Escribe una historia sin pretensiones, basada en los hechos y no en conjeturas. Una historia desacralizada, que se permite hurgar en las fisuras de los grandes personajes, en la humanidad de la Historia, detalles que se pierden en las opiniones y conclusiones. La aplicación de técnicas de novela en el texto periodístico no afecta la calidad del oficio. El mal periodismo surge a partir de la investigación insuficiente, no de la utilización de herramientas que enriquecen la factura de la narración. La investigación es la que surte de noticia un texto escrito. La búsqueda de esos detalles tan necesarios en la literatura son los que permiten encontrar aquello que pasa desapercibido a la cobertura de otros medios de mayor velocidad pero más escuetos en su narrativa. Escribir bien, cautivar con la prosa poética, no exime de la sed antigua del periodismo: encontrar la noticia, hallar la fisura por donde llegar a lo más profundo de un suceso, una grieta que conduce a un destino nunca antes revelado. El hallazgo de lo noticioso provoca emociones. La coartada de que el periodismo literario “cuenta historias” no exime del crimen de que estas historias no contengan noticia. Las historias bien investigadas contienen novedad.
Toda noticia tiene una historia que contar y toda información puede ser narrada como un cuento, o como una novela. Dentro de toda noticia hay personas, al menos una. Detrás de cualquier cifra hay alguien que la padece o la aprovecha. En las buenas novelas, al igual que en las buenas crónicas, la humanidad aparece en todo su esplendor, con sus contradicciones y afirmaciones. Ambas permiten que el lector concluya los porqués que justifiquen los actos. Por ejemplo, por qué el viejo de Hemingway insiste en su lucha contra el pez. El autor coloca las piezas que necesita el lector para concluir, una tarea que le exige el relato. Igual sucede en los textos periodísticos; funcionan cuando el lector vive la epifanía: Comprender. El periodista no adoctrina. Su posición, su opinión se encuentra únicamente entrelíneas.
Entre la crónica y el reportaje (que puede contener crónica) existen diferencias similares a las que existen entre el cuento y la novela (que puede contener cuento). Una de las diferencias entre crónica/cuento y reportaje/novela consiste en que los primeros poseen vida propia y muerte súbita. El reportaje/novela goza de una larga agonía; se compone de múltiples eslabones, dispuestos dentro un marco aglutinante, cuyo final está obligado a concatenar con el principio del siguiente, para garantizar la coherencia del devenir de la historia. La crónica/cuento representa la línea recta hacia un final compuesto por todos los elementos que han aparecido en la narración. “Una implacable carrera contra el reloj”, según Julio Cortázar.
La crónica prepondera la historia de un personaje. Le rescata de la multitud para retratar un pasaje vivido por un colectivo. La crónica utiliza una trama, mientras que el reportaje prepondera el hecho. Se vale de múltiples visiones, que constituyen la polifonía. En el reportaje, los personajes dejan de interesar en cuento se despegan del hecho, en cuanto ya no constituyen elementos de esos hechos; la trama se estructura sobre el suceso, mientras que en la crónica se estructura sobre el personaje.
La crónica es el lugar para la singularidad; el reportaje, para la pluralidad.
No hay manual para escribir una gran obra periodística o literaria, que nadie espere la fórmula mágica. Pero sí existen herramientas para que la historia funcione ante los ojos de un extraño que se asoma a esa realidad recién descubierta. Las técnicas no son reglas fijas, ni teorías infalibles como las matemáticas. Una máquina no puede escribir un texto que logre penetrar en la sensibilidad humana, aunque existen programas capaces de escribir frases con coherencia. Entre los párrafos de los mejores periodistas y escritores se avizoran estas técnicas, que, una vez manejadas con corrección, pueden forzarse, romperse.
Los autores de narrativa necesitan imaginación y vivencias para retratar un pedazo de vida y convertirlo en un relato universal y mágico. Los periodistas prescinden de la imaginación a la hora de escribir, pero no a la hora de investigar. La imaginación puede indicar dónde se encuentran los eslabones extraviados, para ir tras ellos; buscarlos aunque sólo se tenga la corazonada. A esta cualidad algunos le llaman olfato.
El buen periodista tampoco deja de convertir su relato sobre un hecho real y minúsculo en universal y mágico. Mágico porque una buena historia conmueve a cualquier humano, sea cual sea su cultura y su tiempo. Sobre literatura, Mempo Giardinelli sostiene que “no se trata de andar buscando lo original en lo extraordinario sino de imaginar otras posibilidades para lo común (…) Lo de todos los días, lo que nos rodea, lo que conocemos y lo que nos pasa, visto con imaginación”. El periodista no fabrica a un personaje que vea con imaginación lo que le rodea. Lo busca entre el montón de sobrevivientes, luchadores, empleados, peatones, deportistas. Si encuentra a su héroe, encuentra la historia.
El escritor desarrolla la intuición para presentir cómo actuarán sus personajes ante cualquier circunstancia. El periodista pregunta cómo han vivido tales circunstancias. Ninguno de los dos cuenta su hallazgo antes de escribirlo. Dejan que los espectros chillen en su interior para escribir como un desahogo. Cuando llega ese momento se hace necesario escribir, la investigación ha finalizado. Hay una historia que contar. Hay una historia que debe ser escrita según una estrategia: quién cuenta y quién escucha; cuál es la cronología de lo sucedido y con qué orden será expuesto aquello que ocurrió. Tom Wolfe analiza el trabajo de Lillian Ross, autora del “último texto verdaderamente sensacional que publicó New Yorker”, una semblanza de Ernest Hemingway: “Optó por escribir un detallado informe sobre los dos días que pasó siguiendo a Hemingway”, “su prosa tenía un agradable estilo llano”, manejaba “gran cantidad de detalles”, dirigía al lector hacia una conclusión y “lo más importante: el oído para el diálogo y el punto de vista de Lillian Ross” .
El periodista trabaja con la presunción de conseguir el por qué de las cosas y con la certeza de no encontrar la respuesta jamás. Sus dudas y certezas se escuchan entrelíneas de manera inevitable, para que el lector concluya a su vez según su criterio y lo confronte con la intención del autor. La conclusión autorial, propia de los ensayos, está proscrita en el periodismo. Como escribió Sándor Marai: “Lo único seguro son los hechos, la realidad... Todas nuestras explicaciones de los acontecimientos están viciadas por un halo literario” .
En cualquier género periodístico, la historia se manipula, sesga, influencia, sin necesidad de editoriales ni adjetivos, a partir de la elección del personaje y el punto de vista desde el que se decide narrar. Son elementos subjetivos que sólo se descubren entrelíneas; su invisibilidad los convierte en armas sumamente efectivas. Para el acercamiento a la imparcialidad, a esa objetividad que el ser humano nunca podrá alcanzar por ser deudor de su cultura y que pretende el periodista, resulta esencial ser consciente de que cualquier opción, poco importa si tiene buenas o malas intenciones, ya constituye una acción discriminatoria y crucial en el mensaje, sea consciente o no de emitirlo, de lo que escribe.
Pound, Ezra. 2000. El ABC de la lectura. Madrid, Ediciones y Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja, p.39
Pound, Ezra. Op cit., p.35
Kapuscinski, Ryszard. 2000. Ébano. Barcelona, Anagrama, p.5
Giardinelli, Mempo. 2003. Así se escribe un cuento. Madrid, Punto de lectura, p.43.
Wolfe, Tom. 2001. El periodismo canalla y otros artículos. Barcelona, Ediciones B, pp.271-272
Marai, Sandor. 2005. La mujer justa. Barcelona, Salamandra, p.136