Ensayo para María y Samuel

Doménico Chiappe


(extractos)


Registro los hechos, y pregunto. No pretendo dictar dogmas ni señalar la vía de escape, María y Samuel. Pero en esta sociedad embrutecedora, preguntar ya constituye una rebelión. Sobre todo, una rebelión privada, quizás la más difícil, que queda regitrada aquí. Para evitar la lírica de manual, los temas no tienen más orden ni concierto que el de su aparición en la memoria.


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Gracias a las herramientas tecnológicas, el humanismo tiene más espacios donde intervenir y reclamar: el derecho fundamental del ser humano de trasladarse para encontrar mejores formas de vida; la correspondencia en las reglas comerciales; el enjuiciamiento de genocidas en cualquier rincón del planeta. Así que este es un buen momento para forjar un mundo más humano.


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En cualquier ámbito, defiende siempre la existencia de la pluralidad. La libertad se garantiza con normas de convivencia, que protegen al más débil. ¿Cómo hemos permitido que la palabra libertad y sus relacionadas hayan sido secuestradas para simbolizar todo lo que atenta contra su existencia: desaparición de leyes para favorecer a los más fuertes? Lo hegemónico siempre estará al servicio del poder, porque se ha impuesto gracias al poder.


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Están, también, las viejas dictaduras, María y Samuel, que no desaparecen y que crecen al amparo del capital, siempre del capital, sin importar la ideología, izquierda o derecha, que pretenden representar. En algunos casos, los autócratas son sufragados por empresas privadas; en otros, utilizan las empresas públicas como hacienda personal.


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Las grandes empresas son dictaduras políticas. Las dictaduras son, asimismo, grandes empresas. El presidente empresarial es un dictador, el dictador se comporta como un empresario que dirige una compañía llamada país, una hacienda. Las maneras en que empresario y autócrata se comporta son muy similares: discurso dicotómico, censura a los disidentes, prebendas para corromper a un círculo cercano de colaboradores y convertirlos en incondicionales, propaganda de gestión, modificación de reglamentos y leyes para no perder el poder hasta su muerte.


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¿Un hijo cambia la vida? Que nunca vuelvas a dormir importa poco. Lo nuevo, lo que de verdad influye en tu comportamiento: Por primera vez, temes la muerte. Tu muerte significa la desprotección de un ser al que deseas sólo lo bueno, tu hijo.

¿No es igual de asesino un conductor que acelera cuando el semáforo cambia a rojo en paso de peatones, que un francotirador que dispara con los ojos cerrados desde una azotea?


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Si ya para la humanidad resultaba una desgracia que poderosos líderes se anquilosaran en el poder durante decenas de años y que, gracias a los privilegios que se abrogan, vivieran más de ochenta años, qué pasará en el mundo cuando los experimentos genéticos les permitan superar la barrera de los cien años. Un mundo estático, cada vez más opresor. Porque estos experimentos los realizan, en su mayoría, empresas privadas que pondrán un altísimo precio para los tratamientos. Que sólo podrán pagar los que se encuentren en las cumbres del poder económico y político. Las brechas entre la gente de primera y de segunda se abrirán más. ¿Por qué un Estado democrático no se siente con el derecho de legislar hacia la igualdad estos tratamientos? ¿Por qué los beneficiados de este avance científico no son asignados por los sistemas de seguridad social? Listas de espera donde todos sean iguales. Al fin y al cabo, son los Estados los que sufragan gran parte de los costos de las empresas farmacéuticas.


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¿Por qué las ONG médicas piden dinero para comprar medicinas que distribuirán en los países pobres y no luchan, mejor, por desarrollar una industria farmacéutica en los países afectados? ¿Por qué no retan el poder de las patentes?


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¿Una muestra del retroceso que ha experimentado la humanidad en la civilización? Hace 100 años una expedición se dedicó a recorrer América para llevar una vacuna contra la pandemia del momento, apenas descubierta. Ahora, cuando apenas se conoce un fármaco para controlar el desencadenamiento del sida, se persigue a los que reparten el remedio sin pagar el excesivo precio que impone la industria.


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¿Acaso la lucha más trascendental de los sindicatos obreros no se tendrá que librar en el terreno globalizado, en ese inmenso ring en medio de ninguna parte y de todas? La lucha de los sindicatos fuertes será ejercer presión a sus gobiernos no para que reinvindique los derechos salariales y laborales de los trabajadores nacionales, sino para que defienda los derechos de los trabajadores que, estando fuera de sus fronteras, compiten con ellos con sueldos y condiciones de esclavos. ¿Por qué un ensamblador de vehículos cobra menos en un país que en otro cuando en todo el mundo el precio del automóvil es similar? ¿Por qué un obrero petrolero no gana igual en todas las zonas de explotación si el crudo se vende en subastas internacionales?


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¿No ha llegado la hora de que Europa reforeste sus campos y recree los bosques talados para fomentar la agricultura y ganadería, ahora poco competitivas, deudoras del subsidio frente a los productos agrícolas de otros países más productivos? ¿Los países desarrollados no podrían reestablecer los pulmones vegetales perdidos al mismo ritmo con que se deforesta la selva amazónica? ¿No sería una campaña por el bien de la humanidad más útil exigir que los campos se conviertan en áreas boscosas?


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¿Quién puede hablar de agricultura ecológica? ¿No es una contradicción? ¿No son la agricultura y la ganadería las causas de la deforestación en la mayor parte del planeta?


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La única manera de acabar con el “tráfico ilegal de personas”, frase escuchada al Rey de España, es permitiendo el tránsito legal de personas. Disolver las fronteras. ¿Acaso las personas no tienen derecho a movilizarse hacia los lugares donde existe riqueza y empleo? Como se ha hecho desde siempre. Donde puede sobrevivir. Qué habría pasado con el género humano sin desplazamientos. ¿Impedir las migraciones no es una forma vedada de genocidio?


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El emigrante que se radica en cualquier rincón del primer mundo no debe favores. Está allí porque pudo llegar. No es una cuestión de elección. El primer mundo no tiene elección cuando recibe emigrantes de los continentes empobrecidos. Ya eligieron: crear guetos donde dejar morir a los otros. Quien escapa del gueto ha roto el poder de decidir que tiene el primer mundo. Y cruza las fronteras. Impone su voluntad para sobrevivir a la fuerza de las aduanas policiales. El primer mundo no puede evitar la marea de voluntades de individuos que necesitan abandonar sus países para existir. Después de tantas restricciones impuestas, sólo le quedaría matar uno por uno a quien cruce los límites, de manera activa, no sólo pasiva, como hace ahora ante la voracidad del desierto, del mar y de los mismos hombres que trafican con hombres.



© Doménico Chiappe