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En el derrumbe —de montañas, construcciones o humanidades—, en el preciso momento de la hecatombe, surge el humo, la niebla, el escombro pulverizado. Cuanto fuera observable del desmoronamiento, lo que fuera posible entender de ese instante, se esconde en la bruma de desolación. Una bruma que se repite, que concatena una desgracia con otra, un ser humano con un colectivo, lo particular con lo general. Alguien que deja de existir representa todas las muertes.

El derribo que sobrevive en la memoria colectiva con mayor fuerza quizás sea, para mi generación en este lado del mundo, el de las torres gemelas de Nueva York. Y el icono en el inconsciente social se afianza en su nomenclatura con la fecha del atentado terrorista. Pero hay derrumbes personales. Los hubo ese día, uno o varios por cada víctima —seres queridos por padres, hijos, parejas, madres, hermanos— y los hay en la cotidianidad anterior y posterior de los que pierden la vida de forma prematura. Por el odio del hombre o de la naturaleza.

En «Abrazar el aire, apretar los dientes» pido al público que se sumerja en esa neblina del derrumbamiento a través de la ‘lectura’ del código de las llamadas y mensajes de texto que se produjo desde el momento exacto de la caída del segundo rascacielos del World Trade Center. Un registro crudo y real que he intervenido, reescrito y repletado de símbolos que sólo tienen un significado profundo en mi propia historia y que sustituye frases, nombres, números de aquellos que sintieron ese dolor y esa desesperación por la pérdida de vidas amadas antes de completar su ciclo vital, sin que pudieran evitarlo. Gritos semejantes ante el desamparo, ante la devastación que avanza en la fragilidad de la vida.

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Pero en esa marea de caracteres, de conceptos velados, de agotadora mirada, creada para confundir y cansar como se pierde y fatiga quien se encuentra de la noche a la mañana envuelto en un velo de asolación, existe también la poesía como asidero, como homenaje a quien enfrenta y resiste la definitiva injusticia que sesga su existencia. Un conjunto de poemas para las que las palabras se agotan, algunas tan exactas en español que su significado se diluye en sus sinónimos. La obra está dividida en tres partes («Fragilidad, desolación», «La región más triste» y «La gran ausencia») que abordan tiempos de diferentes.

Hubiera deseado que esta literatura fuera nube de signos capaz de envolver físicamente al ‘lector’, un tangible torbellino de letras en tres dimensiones y realidad virtual. Al no poder romper el límite que impone la planitud, confío en la écfrasis y en la poesía que surge también en la disonancia del jazz, en las piezas que compuse cuando las palabras ya no alcanzaron. Una composición en guitarra con arreglos de música experimental que acompañan, como un susurro en el estrépito, la permanencia empecinada en esa bruma del derrumbe. 

He escrito y compuesto esta obra, dedicada a mi hija María Oriana, como un acto de amor. Una rebelión ante la infinita tristeza.

Créditos

María Oriana Chiappe Ontiveros, in memoriam
Abrazar el aire, apretar los dientes

Poesía: Doménico Chiappe
Música: composición & guitarra: Doménico Chiappe / producción & arreglos: Santiago Burelli / contrabajo & composición pieza 4: Ander Szinetar / contrabajo pieza 1: Julian Shenk / Piezas ambiente: Santiago Burelli & Monty Callaghan
Diseño y programación: SI & LEO

Gracias a Linda Ontiveros, Samuel Chiappe, a los amigos, a la familia, a los que están, a los que estuvieron.