Mantener la pobreza es, debido a la espiral de citas electorales, una política de Estado en Venezuela, así como soterrar cualquier medio individual para escapar de la dependencia al régimen. Con el desmantelamiento del aparato productivo de la nación, tanto público como privado, y la corrupta ineficacia del gobierno para gestionar la economía petrolera, el equilibrio entre privación (de libertades, de productos) y lealtad política se rompió con el hambre. La escasez comenzó con Chávez y se acentuó con Maduro. Pero hoy la política del hambre está al límite. La población se desliza por el tobogán de la malnutrición y la hambruna amenaza el modelo de dictadura chavista.
Cuando la autocracia se instala de facto, la destrucción permite construir sus estructuras políticas desde el vacío, lo que demora al vencedor un periodo breve de una posguerra (aunque sea más larga para reconstruir el tejido social). Cuando la dictadura se yergue en un país próspero y democrático, el régimen primero debe provocar el caos, para consolidar el proyecto político del caudillismo sobre el sistema económico y social que derriba al tiempo que consolida su absolutismo.
Sin una guerra fratricida, sin un militar golpe de Estado, sin una emergencia nacional frente a un enemigo foráneo, cómo se instala una dictadura que no desmantele la ilusión democrática ni enerve a la opinión pública internacional. Haciendo, incluso, lo contrario: aumentar la mascarada electoral y ganar adeptos allende las fronteras. Un régimen que vulnera los derechos humanos y concentra el poder total en el líder, incluso cuando esa figura “suprema” dependa a su vez de otro ente de poder (un Estado extranjero, un imperio, una corporación), tiene dos formas de cimentarse.
Son dos formas que parecen contrarias: el pleno control en la conducta rígida de la sociedad militar versus la anarquía supervisada y tolerada del pueblo; nepotismo por aclamación del partido único versus sucesión asentada en elecciones universales; alerta ante la inminencia de la invasión extranjera o lucha interna por la igualdad social; apariencia contra sentimiento; miedo físico versus emoción patriótica; inflexión frente a paternalismo. Una tiranía se exhibe, la otra se enmascara. Difieren en el método para ejercer el dominio pero comparten la retórica de guerra y el estado de emergencia que justifica la permanente zozobra de la población. De fondo, la egoísta protección del líder, su anclaje vitalicio en el poder sin control y sin oposición reales, el dominio de la economía, el mando despótico sobre toda institución y todo funcionario.
Pero mientras que el primer tipo de dictadura, como la de Corea del Norte, puede aceptar que la población sea alimentada por medio de la ayuda internacional y los canales humanitarios, para destinar así todos los recursos en el mantenimiento directo de los miembros del gobierno, el segundo tipo de dictadura, como la de Venezuela, necesita acaparar la total dependencia de la población, imposibilitada de cubrir cualquiera de sus necesidades sin acudir al gobierno (directa o indirectamente) que, a cambio, les exige fidelidad, y votos.
La dictadura en Venezuela logró entronizar a su cacique gracias al control social de la abundancia, con unos ingresos por venta de crudo estimados en 960 mil millones de dólares entre 1999 y 2014 (Ecoanalítica para BBC). Un promedio de 56 mil millones al año. Y con un destino discrecional para más de 300 mil millones de dólares entre 2004 y 2016 (datos oficiales recopilados por CrónicaUno), que se desviaron hacia “gastos” opacos no contemplados en el presupuesto. Ahora toca gestionar la escasez y, si prevalece la misma escuela de gerencia discrecional y cleptómana, significaría el final de esta dictadura tal como la conocemos.
Significa, entonces, el inicio de un viaje hacia el paradigma típico de la dictadura, al estilo norcoreano, cuyo aparato burocrático y militar se mantiene con ingresos petroleros. Tiene 25 millones de habitantes, de los que 18 millones subsisten gracias a la ayuda humanitaria, enviados desde hace 22 años por la comunidad internacional. Desde los 117 millones de dólares en 2012 hasta los 43 millones de dólares en 2016, según datos de la ONU.
Mientras que la agricultura nacional sólo podrá cubrir 20% de la demanda (comunicado de Fedeagro), el gobierno venezolano anuncia la reducción de 30% de las importaciones debido a la caída de la producción petrolera (1,8 millones de barriles diarios a 46,6 dólares = 83 millones al día para 2018), lo que podría afectar el programa de las cajas de comida CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción), con que ahora se alimenta 30% de los “hogares”, según datos de Nicolás Maduro en 2016. Hambre y elecciones van de la mano en la táctica chavista. “Pero el hambre no existe fuera de las personas que la sufren. El tema no es el hambre; son las personas”, dice Martín Caparrós en El hambre.
Hoy existe, sigue existiendo sobre todo, y paradójicamente más entre la oposición, la ilusión de que la dictadura cederá, tal como se instauró, dentro del marco constitucional. Sin embargo, la burocracia del régimen ya experimentó la falsedad electoral con las elecciones de 2017, siguiendo los pasos de autocracias aferradas al primer modelo, ésas que ya no requieren del apoyo popular ni de la venia internacional. Los números y sus porcentajes transmitidos por la autoridad comicial no parecían tener asidero en la realidad callejera, ni durante las elecciones regionales ni en la de la asamblea constituyente.
Aunque el régimen se mostró así dispuesto a virar hacia la estrategia de las dictaduras instauradas de facto, la crisis humanitaria provocada por la escasez de medicinas y alimentos sí podría provocar el sisma que nunca ha sucedido: que bajen los cerros. Ya está allí la tragedia en números, aunque el gobierno quiera controlar militarmente la información: 11.446 niños menores de un año muertos en 2016 (30% de incremento en un año), según boletín epidemiológico después censurado, y 2.800 casos de desnutrición infantil registrados en 9 de los 21 hospitales públicos del país, con 400 niños fallecidos, según investigación de The New York Times.
La dictadura que se impone en Venezuela tiene poco tiempo, antes de la hambruna, para cumplir con una de las dos opciones que le quedan: uno, adecentar sus filas para que la corrupción no impida abastecer a la población. Dos, desbloquear la ayuda internacional. Si tomara el largo y difícil primer camino, podría mantener el modelo inicial de Chávez, todavía hay dinero, pero nada es suficiente ante la avaricia sin freno de la aristocracia chavista. Si optara por el segundo, la demagogia populista que todavía exhibe se vería seriamente dañada y tendría que renunciar definitivamente a la pretensión popular. Pero el gobierno ya no exige lealtad, no la necesita, una vez que aprendió a alterar los resultados electorales. Es el silencio, la inacción, lo que pide. Como Corea del Norte o Cuba. Ambos, además, abiertos al capital extranjero. Como esta Venezuela empeñada a China y Rusia.
El régimen, sin embargo, tensa la cuerda social. Mantiene la inercia, banaliza la necesidad de la gente, confiado en el lento y complejo proceso de humillación al que ha sido sometido el pueblo venezolano. Confía en evitar la represión sanguinaria, a cambio de la coacción de baja intensidad. Pero si el hambre se exacerba, podría suceder un estallido popular, tan anárquico como el propio apoyo al régimen. El episodio de los perniles, prometidos como parte de la campaña electoral y que no llegaron a tiempo para celebrar la navidad, es sólo una anécdota de lo que podría suceder en 2018.
En el escenario contrario, el del silencio del pueblo junto al mismo gobierno controlando los recursos de la ayuda humanitaria, se multiplicaría la tragedia. Corea del Norte, el probable paradigma de la supervivencia del chavismo. En las imágenes de satélite del continente de noche, ver una gran negrura, como la del mar, donde existe Venezuela, al lado de la luminiscencia de las ciudades de otros países.
La pobreza hambrienta que hasta ahora sostuvo al régimen lo obligará al cambio y se encerrará aún más en un país ahora paupérrimo.
(c) Doménico Chiappe